Esta vez la mañana no amaneció luminosa para la gran romería aracelitana, amaneció plomiza, fría, con algo de lluvia, muy fina, casi fugaz, y conforme fue avanzando la mañana la temperatura fue más agradable llegando incluso a hacer cierto calor, ya se presagiaban plásticos antes de salir la Virgen cuando quedo parada en el cancel largo tiempo mientras en la plaza Nueva caía una finísima lluvia que, al final, hizo que se tomara la decisión de colocar el plástico para preservar de una lluvia que pudiera ser, tal vez, más persistente, algo que no ocurrió.
La Virgen salía sobre los hombros de la cuadrilla de subida, los santeros de María que, para esta ocasión fueron miembros de la Hermandad de la Soledad y cuyo manijero fue Miguel Sánchez Ramírez, hombre profundamente enamorado de María en su advocación de la Soledad y de Araceli e incansable trabajador de la Virgen en las advocaciones de su corazón.
Pese al plástico, la fina lluvia y el cielo gris, Ella, la que manda, la única Reina y la única verdadera en la ciudad de Lucena y en todo el campo andaluz, volvió de nuevo a su casa de la cima de Aras esperando, de nuevo, una luminosa y bulliciosa tarde de un penúltimo domingo de abril para volver a bajar y pisar sus predios lucentinos.
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