Sólo un color, el morado. Siempre una hora, las seis de la mañana. Una saeta de siempre, un llanete repleto, el estruendo del torralbo, el ¡Viva Nuestro Padre!, primero, tan solo abrir la puerta de los clavos y, antes de que los cuatro faroles se recorten en el cancel de las súplicas, las gracias y los ruegos de Lucena. Ni el frío, ni el agua, ni el viento, ni las tempestades pueden con la fe de un pueblo.
Sólo un color, el morado. Un manijero emocionado, una cuadrilla entregada, todo es morado de percalina, cera amarilla, motetes ancestrales, amaneceres azulones y morados, la túnica persa este año, un tambor que rompe el silencio, el gentío, la promesa, la plaza nueva a las ocho, la bendición y, aunque hubo que aligerar el paso y recortar el recorrido todo supo a Viernes Santo pleno. Cuando el Señor sale, los pulsos se detienen. Es Viernes Santo en Lucena.
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