La siempre niña de la calle Ancha, la de la cara más guapa en su infinita tristeza siempre acompañada del discípulo amado que intenta consolar su pena. El amado discípulo del Señor de la Bondad que, aún con las manos atadas, espera a abrazar la cruz triunfante en la tarde del Domingo de Ramos y palmas cuando, tras ser aclamado como único rey, ya la muchedumbre olvide aquella grandeza para conducirlo a la muerte de cruz en el Calvario.
Dista muy poco ya para que esta siempre niña de la pena y del llanto hermoso del Divino Consuelo vuelva a ser mostrada ante Lucena con la compaña del infinito amor de San Juan Evangelista.
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