Durante el segundo fin de semana de mayo la Virgen de Araceli bajó de su altar para el solemne besamanos en su honor presidiendo a los pies del presbiterio de la monumental parroquia de San Mateo Apóstol.
Sin temor a equivocarme, puedo asegurar que si el día de la Virgen, cuando Ella, triunfante, recorre las calles de su ciudad, los dos días que dura el besamanos, quizá, pueden ser los momentos de mayor emoción e intimidad, dentro de las multitudes, que Lucena, vive junto a su Madre.
Tal vez muchas veces nos fijamos en el manto o en la saya, las flores, el plan de altar, opinamos que si más bonito, si me gusta más o si me gusta menos, pero cuando pasas unas horas en el besamanos, cualquier tarde del mismo, observando, caes en la cuenta de que esas cuestiones son las menos importantes. Lo importante está en esa caricia de una mano ya ajada por el tiempo sobre la mano de la Virgen, la persona ya de avanzada edad que se acerca a la Virgen, haciendo un enorme esfuerzo para llegar hasta Ella con su andador, sus muletas, su bastón o con alguien, siempre fiel e inseparable, que la acerca en su silla de ruedas. La primera mirada sorprendida de un niño o una niña que, por primera vez, se encuentra ante la mirada de la Virgen o de su Niño y que, con ojos bien abiertos observa con sorpresa el bello simulacro de la Madre de Dios, el pequeño que con una sonrisa la señala desde la distancia y ante Ella sonríe, las miradas de tantas y tantas personas, anónimas, con mayor o menor creencia religiosa, pero que ante la Virgen, Lucena, no entiende de credos, solo entiende que Ella es, ha sido y siempre será santo y seña de identidad, de pertenencia, de recuerdos, de familia, de ver en Ella a los que ya no están. Los gestos, las miradas, las súplicas, el acercarse a Ella con naturalidad y familiaridad es lo más hermoso que rodea a estos dos días de besamanos. Lo realmente importante.
Un trabajo para Videoluc TV.
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