En la intimidad de la Iglesia con más misterio y encanto de Lucena, en el barrio con el llanete más castizo y más santero, el de más honda raíz de la perla de Sefarad. Allá, en la penumbra, silueteado por la cera roja sacramental se erguía la figura mayestática, poderosa, fuerte, atormentada, azotada, furiosa y tierna a la vez del Señor de las manos atadas. El de la eterna bondad y rabia contenidas a la vez, el que parece que se revela contra el mundo pero acepta el castigo. Sí, el cristo, uno de los cristos más poderosos y más impactantes que salieran del taller de Roldán, una de las obras imprescindibles del barroco andaluz, el Dios único e indiscutible del barrio de Santiago el que lleva los aromas del torralbo, el vértigo incontenible de la salida de un rayo y, la más pura pasión de todo un pueblo.
Allí, en las horas del recogimiento y del gozo de estar a solas ante Él, en Santiago… en la penumbra de la piedra recia, se nos muestra el único Hijo de Dios.
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