El domingo de pasión tiene su cita grande en la recoleta capilla que se abre a un llanete de emociones en el que Lucena se da cita con enormes colas que obligan a cortar incluso el tráfico de las calles aledañas para besar el pie del Señor de las espigas.
Ese domingo cuando a las cuatro de la tarde suenan las campanas y esa llamada de los cohetes al aire anunciando que lo más grande de la ciudad pisa su suelo.
Ese domingo de emociones contenidas y otras desbordadas donde los ojos se nublan al cruzar la mirada con la mirada triste y humilde del nazareno de la larga melena y la cruz de plata, donde las espigas de su cruz y las uvas de su túnica nos recuerda que Él, es el fruto nacido del vientre de María para darse como sangre y carne, pan y vino, por amor eterno, amor verdadero, puro y real, amor que no traiciona y que nunca falla.
El domingo, ese de pasión, que a las diez tiene su cenit cuando tras el rezo del miserere y entonar el perdón ese Dios Nazareno, por primera vez de cuatro, bendice a la ciudad entre los viva Nuestro Padre que se desgranan de las gargantas mientras el torralbo anuncia su llanto mientras los tambores retumban en la plaza que no es plaza para ser llanete de corazones encendidos.
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