La impaciencia contenida, son las nueve y media de la noche todavía pero, el llanete de la Capilla, ya es un hervidero.
La impaciencia contenida, se van tomando posiciones para tener el mejor sitio donde poder observar bien y de la mejor manera la figura imponente de Jesús y ver como su mano se levanta para bendecir a todo un pueblo.
La impaciencia contenida, faltan cinco minutos, hay revuelo en el interior de la capilla, se sacan las tarimas que han de servir para diponer al Señor en el cancel.
La impaciencia contenida, llegan las diez, se mueve el Señor en el interior del sagrado recinto, viene la cruz de manguillas abriendo y, el clero, detrás, precediendo al Señor de las espigas, al de la cruz de plata y la corona más que de espinas, de rey, de lo que es, corona de amor fundido en el más noble metal y las más preciosas piedras.
La impaciencia contenida, ya viene el Señor, suena el torralbo y el toque del tambor de los perfectamente uniformados hermanos de la hermandad de tambores. Suena un viva, conciso, corto, rotundo, sin más alardes, elegante ¡Viva nuestro Padre! Y, el llanete, elegante, grita al unísono ¡Viva! Y se desgrana el canto del miserere.
Llega el perdón, un silencio cuasi sepulcral invade el llanete que, entona a una sola voz el salmo de arrepentimiento y, de nuevo el gentío se impacienta, se emociona y brotan las lágrimas. El Señor, mueve su mano y bendice, tres años después ya puede empezar la Semana Santa de Lucena.
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