En la parroquia de Santiago, a las cuatro y media de la tarde, se abrieron las puertas de par en par y en la oscuridad del templo antiguo penetró la luz como un ciclón buscando la imponente figura del Dios flagelado, el señor del trueno y de la rabia contenida.
A las cuatro y media de la tarde de este domingo de cuaresma el llanete ya soñaba con las postreras horas de una tarde de Jueves Santo cuando, ese portento, atraviese la piedra antigua para llenar de pasión las calles de Lucena.
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